25 marzo 2008

RELATO IV: Si cruzas, puede que no volvamos a vernos..."




- Si cruzas, puede que no volvamos a vernos... -Te dije, aunque sabía que sí cruzarías por que la opción de no hacerlo, simplemente no existía.
Más que ultimatum era queja.
Lo sabías.
Lo sabía.
Y me besaste.
En la otra orilla de la estación te esperaban tus camaradas. Algunos me decían adiós con la mano, otros me sonreían con un deje de amargura. Quisiste decir algo, pero al final callaste.


Yo hice lo mismo.
Aunque gritara que no con todo mi ser, sabía que aquello era el final.
¡Y es sumamente amarga la desesperanza!

Me levantaste suavemente la barbilla.
Pronunciaste mi nombre.
El frio entró en mi corazón y lo congeló.
Nos miramos.
- ¿Sabes? -Dijiste al fin-
Yo confio en que volveremos...

Pero sabías que no, que érais carnaza, que si habían pedido voluntarios para esa misión era por algo. Sabías que ibas al suicidio.
Me besaste.
Luego levantaste tu mano, con el anillo de oro rdeando tu anular izquierdo.

- ¿Ves? -Me dijiste-
En esta vida he hecho cuanto he deseado... Es justo que sobre nuestra sangre se cimiente un mañana mejor.

Hice una mueca, que tu entendieste. Contestaste con una sonrisa.

- ¿Y yo qué? -Te solté a fin- ¡Yo no he hecho cuanto he deseado...!

Suspiraste.

- Sin mi se te abrirán otros caminos...-Me dijiste al final con resquemor.

- Si tú... -No me atrevía ni a decirlo-
Yo... ¡Hay tantos cadáveres que respiran!

El tren pitó.
Te hicieron señas.Me besaste de nuevo, largamente, sabiendo que era el último de los besos. Vivo y muerto a la vez, miel y hiel, pasado sin ser más que un efímero presente, recuerdo desde su mismo origen...

- ¡Volveré! -Promestiste mientras cruzabas la vía a grandes zancadas.

Yo me mordí el labio recién besado mientras que al otro lado te confundías entre los demás soldados, sombra entre sombras, apenas silueta que miraba hacia mi orilla, que agitaba la mano en señal de adiós...

Subiste al tren.
Pitó el tren.
Se fue el tren...

Yo suspiré y caminé hasta el coche sabiendo que sólo me quedaba esperar a que, algún día, algún funcionario me llamara a casa para certificarme, entre sentidas condolencias, que era la viuda del cantante más famoso del país.

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