17 junio 2008

Ya en casa


Ahora, que unos pocos días me separan de la intensidad de los hechos vividos, me sigue resultando imposible definir y ordenar todas las cosas que se desatan cuando las aguas se rompen y se inician las contracciones.

Se empieza a dar una mezcla de excitación y de miedo corriendo por las venas, una amalgama confusa de fortaleza y de debilidad, una encrucijada de expectativas, de dudas y de atávicos temores.

Viene.

Llega.

Cada contracción es brillante, como el tañido de la trompeta que anuncia la llegada de un gran señor, de un rey.

El dolor al principio es muy tenue, soportable. Luego emprende un diabólico cressendo hasta atenazar el cuerpo entero y llenarlo de ganas de empujar. Y madre e hijo colaboran en su primera gran complicidad.

Duele, pero no duele, por que ese dolor no es en realidad dolor, es tensión, es batalla y es triunfo gozoso, un desgarrador orgasmo.
Me hicieron un corte, en vivo, pues no quise anestesia. En la cúspide de una contracción un frio bisturí rajó mi vagina.

¡Y no lo noté!

Como aquellos soldados que en batalla son heridos y continuan luchando, no por valor, sino por que el dolor les es ajeno.

Luego el médico introdujo la mano para ayudar al pequeño a sacar la cabeza y cuando iba a quejarme ante la brutalidad del gesto, un llanto acalló mis gritos! Shmuel había asomado su cabeza y lloraba.
Estaba muy sucio de sangre, era violáceo, feo… Pero al oir mi voz callaba, como si cualquier arrumaco fuera una Palabra decisiva, como si toda su felicidad dependiera de las vibraciones incomprensibles pero amadísimas de mis cuerdas vocales.
¡Que incoherente es sentirse un Dios postrada en una camilla, con un gotero en el brazo!

¡Qué raro resulta saberse portadora del Tesoro más bello y más frágil cuando te meten en un ascensor con la frialdad de un camillero que ora lleva a una parturienta, ora a un esquizofrénico a una sesion de electroshok ora a un cadáver al depósito!
Por lo demás, ¿Cómo describir el contraste entre la frialdad de las habitaciones de un hospital y el torrente desbocado de ternura que afluye la primera vez que una boquita ansiosa busca instintivamente un pezón? ¿Cómo cuadrar la embriagadora alegría de la que ha parido con los protocolos médicos y la profesional alegría de las enfermeras?
Con la mañana llegan las visitas: todo es gozo. Mi hermano, mi sobrino, Toño, mi padre, la abuela y prima Lissi, David y sus hijos… Es como estar borracha o como narrar miles de veces cómo lograste la victoria tras una lucha penosa y desigual. Y a mediodía hay unos momentos mágicos, de intimidad. Las visitas se han ido y también la mujer de la cama de al lado. Nos hemos quedado solos padre, hijo y madre. Y todo son sonrisas gozosas. Llamadme cursi, me da lo mismo: ¡Que mezcla de orgullo y de júbilo contemplar cómo el padre toma al hijo por primera vez entre sus brazos! ¡Qué ilusión el primer cambio de pañal!
Al anochecer del primer día llega el bajón. Los puntos duelen, la sangre fluye con alarmante abundancia, los pechos se agrietan y el cansancio hace mella. El niño duerme, su padre se ha ido a cenar y yo me siento sola. Me asalta el temor a no hacerlo bien, el peso de la responsabilidad contraída. Entonces un recuerdo doloroso se precipita sobre mí como una fiera: mi madre. ¡Que duro es evocar en mi hijo lo que ella debió sentir al tenerme en su regazo! ¡Con qué fiereza renacen las ausencias y el dolor de la pérdida!
Y cuando me doy cuenta las lágrimas se deslizan por mi cara y trata de consolarme y me dice no sé qué gilichorrada de la depresión post parto, algo que se leyó en un libro cuando estudiaba, como si los sentimientos humanos se entendieran memorizando unos párrafos, como si las experiencias de ver nacer y ver morir no bastaran para arrancar el llanto, la alegría más feroz y un respeto reverencial hacia lo incomprensible, quizá a la trascendencia, a la fuente de la vida que acabo de rozar.

12 junio 2008

HA NACIDO!!


Entro con órdenes explícitas de Mar para anunciar gozoso que el pequeño ha nacido ayer. El parto fue muy bien, lo más natural que el sistema hospitalario ha permitido,(y finalmente sin anestesia, como Mar quería)Tanto la madre como el pequeño están estupendos.
Ella débil: ha perdido muchísima sangre. Y él exultante: ha descubierto el gozo de mamar.
El pequeño se llama Shmuel, ha pesado casi 4 kilos, y apunta maneras de ser pelirrojo en un futuro. Tiene un llanto poderoso y una inenarrable ternura cuando reposa en los brazos de su madre.
No sigo, o inundaré el teclado de babas. Esperamos que en un par de días Mar esté por casa y sea ella misma quien os cuente.

07 junio 2008

FALTA MUY POCO


A días de que nazca mi pequeñuelo se me ha llenado la vida de dudas y de temores.

¿Que mujer no se amdrenta ante el trabajo de parir?

Trato de imaginarme con un bebé en brazos y las imágenes se me disipan
¿Qué haré con él?
¿Le querré al verle?
¿Nace el amor automáticamente?
¿O será cómo los demás romances: una atracción, un alubión de tics en común, una complicidad que se entreteje?

Le he dicho al ginecólogo que no quiero anestesia, tal vez por que soy una incosnciente o quizá por que llevo cerca de 9 meses intectándome heparinas y estoy harta de pinchazos.

- ¿Quieres sufrir?

Me ha preguntado.

No.
No soy masoca ni cosas parecidas, pero quiero asistir plenamente consciente al momento en ue mi hijo asome al mundo y quiero saber qué es un dolor de parto y como miles de madres han dado a luz a lo largo de los siglos.
No soy valiente, pero si curiosa.