Me hicieron un corte, en vivo, pues no quise anestesia. En la cúspide de una contracción un frio bisturí rajó mi vagina.
Estaba muy sucio de sangre, era violáceo, feo… Pero al oir mi voz callaba, como si cualquier arrumaco fuera una Palabra decisiva, como si toda su felicidad dependiera de las vibraciones incomprensibles pero amadísimas de mis cuerdas vocales.
¡Que incoherente es sentirse un Dios postrada en una camilla, con un gotero en el brazo!
Por lo demás, ¿Cómo describir el contraste entre la frialdad de las habitaciones de un hospital y el torrente desbocado de ternura que afluye la primera vez que una boquita ansiosa busca instintivamente un pezón? ¿Cómo cuadrar la embriagadora alegría de la que ha parido con los protocolos médicos y la profesional alegría de las enfermeras?
Con la mañana llegan las visitas: todo es gozo. Mi hermano, mi sobrino, Toño, mi padre, la abuela y prima Lissi, David y sus hijos… Es como estar borracha o como narrar miles de veces cómo lograste la victoria tras una lucha penosa y desigual. Y a mediodía hay unos momentos mágicos, de intimidad. Las visitas se han ido y también la mujer de la cama de al lado. Nos hemos quedado solos padre, hijo y madre. Y todo son sonrisas gozosas. Llamadme cursi, me da lo mismo: ¡Que mezcla de orgullo y de júbilo contemplar cómo el padre toma al hijo por primera vez entre sus brazos! ¡Qué ilusión el primer cambio de pañal!
Al anochecer del primer día llega el bajón. Los puntos duelen, la sangre fluye con alarmante abundancia, los pechos se agrietan y el cansancio hace mella. El niño duerme, su padre se ha ido a cenar y yo me siento sola. Me asalta el temor a no hacerlo bien, el peso de la responsabilidad contraída. Entonces un recuerdo doloroso se precipita sobre mí como una fiera: mi madre. ¡Que duro es evocar en mi hijo lo que ella debió sentir al tenerme en su regazo! ¡Con qué fiereza renacen las ausencias y el dolor de la pérdida!
Y cuando me doy cuenta las lágrimas se deslizan por mi cara y trata de consolarme y me dice no sé qué gilichorrada de la depresión post parto, algo que se leyó en un libro cuando estudiaba, como si los sentimientos humanos se entendieran memorizando unos párrafos, como si las experiencias de ver nacer y ver morir no bastaran para arrancar el llanto, la alegría más feroz y un respeto reverencial hacia lo incomprensible, quizá a la trascendencia, a la fuente de la vida que acabo de rozar.