14 febrero 2008

NO DIRÉ NOMBRES

No diré nombres, pero había en mi clase, la tercera vez que repetí P-5, un niño grandullon.

Era tan enorme que podía permitirse el lujo de no ser violento, tan grande que los pequeños buscaban su sombra cuando se sentían amenazados, tan grande que nadie se atrevió jamás a pedirle la deseadísima bici a la hora el patio.

Salvo Mar.

Por que Mar habia estado dos años siendo la pequeña y esta vez ya no lo era. Conocía lugares, trucos, señales de alarma, gestos de provada eficacia...

Así que, el segundo o tercer día de patio le exigió la bici y como me dijo que no y su enorme cabeza estaba al alcance de la chiquitina, ésta le estiró sin piedad de los pelos.

El niño, cuyo nombre no diré, soltó a la vez un ¡AUUUU! desesperado y una ansiada bicicleta, en la que Mar montó feliz.

El dominio no había hecho más que comenzar. Los malos tratos y las agresiones más variadas se fueron repitiendo hasta que el pobre Niño Grande quedó sometido por completo a los caprichos de la inocente pelirroja.

La pequeña Mar fue para él una auténtica tirana. Jugaba con muchos ases de su parte: una sonrisa angélica, buena fama, un tamaño mínimo y un aire de fragilidad que desmentía los lamentos de su siervo.

Hasta que un dia la profesora se dio cuenta y empezó una campaña diplomática destinada a hacer ver a la pequeña violenta lo inadecuado de su comportamiento.
Pero con escasos resultados. Un gesto de inocencia y de sorpresa surcaba el rostro de la criatura, que parecía el ser más dulce y quebradizo del planeta, y la Seño se moderaba pensando que era para tanto.

Ese éxito diplomático dio a Mar una sensacion de inmunidad tan temeraria que la llevó a la imprudencia de dar un puntapié al pobre niño ¡Ante las narices de la maestra...!

Y entoces sucedió algo que no estaba previsto por que las maestras nunca hacen algo asi...

¡Nunca!

O al menos eso era lo que Mar creía...

Ellas imponen las normas pero JAMÁS las quebrantan...
pero... la profesora dijo aquella memorable mañana:

- ¡¡¡No te dejes pegar!!! ¡¡¡Defiéndete!!! ¿Por qué no le devuelves los golpes?

Y el niño, roto en sollozos, emergiendo de sus mocos, respondió quejumbroso:

- Es que... es que.... si le pego... ¡La mato!

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