Desde muy pequeña me veo leyendo cuentos, aunque Iago dice que me inventaba los textos a partir de las ilustraciones.
Pero es mentira.
Siempre sentí un desequilibrio grande entre lectura y escritura.
Por que escribir ya fue otra cosa: intreminables cuadernos de ortografía, una lateralidad indefinida que me llevaba a escribir con la derecha hasta que me cansaba y seguía con la izquierda (hasta que allá a mis seis años me decidí por la derecha, aunque solo para escribir, para otras cosas las uso aún indistitamente).
No es que no supiera qué letras había que poner, ni siquiera que me costara estructurar frases o expresarme. No era eso, sino el inmenso trabajo de perfilar las letras, de seguir sus trazos de un modo armónico, de tratar que los otros pudieran decodificar aquellos signos que había escrito Mar...
Fue una lucha a muerte, en tercero, lograr que me dejaran usar el bolígrafo (jo, cuanto esfuerzo para hacer unas "es" bonitas).
Sin embargo leía los cuentos de Oscar Wilde, "El principito" de Saint-Exupèrie y a Roald Dahl, porque estaba harta ya de los Grimm y sus madrastras y de esa neblinosa tristeza de Andersen que me anegaba los ojos de lágrimas a cada cerilla de la niña pobre.
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