Me gustaron las mesas, de mi tamaño, las sillas, de mi tamaño, el wáter, de mi tamaño... La escuela era una especie de "disneylandia" en donde habitaban millones de cuentos, increibles juegos de construcciones, una cocinita, ¡Coches! y una casita de muñecas con teléfono y todo.
Mi profesora se llamaba Marina, era ya mayor (aunque no lo debía de ser tanto, porque se jubiló el año pasado) y siendo yo la más pequeña con diferencia e hija de una compañera suya, me protegía con tesón.
A mis compañeros apenas les recuerdo, era yo poco gregaria. Confundo caras y nombres del primer P3-P5 y el segundo P4-P5... Sé que Rafa decía ser mi novio y que muuuuchos años después con quien salí fue con Roger, pero esto es otra historia...
Supongo que mas que jugar con ellos jugaba al lado de ellos.
No tengo consciencia de que abusaran de mi, de que me quitaran cosas o de que me tuvieran en menos por ser pequeña.
Todo el mundo estaba admirado: Mar no lloraba al ir al cole.
Por que la segunda...
Llantos, berreos y pataletas...
"¡Añora a mamá!" -Decían.
¡Ay! Como gustan las gentes de las explicaciones fáciles...
No, la pequeña Mar no echaba de menos a mamá... Mamá siempre volvía...
El problema, que entonces no acertaba a explicar, era que detras de los murales de colorines, de las bicis y pelotas del patio y de las canciones que la Senyoreta nos cantaba, veía yo los viscosos tentáculos de los horarios, la lengua bífida de la rutina, la degradada faz de la primera forma de esclavitud a la que estaba siendo iniciada.
Ya lo decía Lorca en alguno de los versos del "Poeta en Nueva York" : Debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de pato.
- Mar al cole
- No mami, déjame... si al cole yo ya he ido, un dia...
No hay comentarios:
Publicar un comentario