14 febrero 2008

LITURGIAS

Los domingos transcurrian entre tres cultos: el del arroz, el de la misa y el del fútbol.
Cada domingo se sucedian rellenando el día de un sentido familiar, ofreciéndonos una señal de identidad, moldeando nuestro carácter.
El arroz era el sacramento de la igualdad de sexos. Mi tío, mi abuelo y mi padre cocinaban para la familia, demostrando así su "amor" a sus esposas y su adhesión al feminismo.
Claro que no compraban.
Claro que tampoco reogían.
La misa nos estaba reservada a las mujeres y a los niños, como los botes salvavidas de los barcos.
La abuela me guardaba el vestido especial para ir guapa, las medias de blonda y unos zapatos de charol tipo merceditas. Nos transformaba a Lissi y a mí y haciamos todos el camino a a Iglesia, entre las protestas del primo Jordi, que quería incorporarse a la masculina liturgia del arroz; las de Iago, que despotricaba usando repetidas veces la palabra "hipocresía"; la cara de Miquel que calculaba los dias que faltaban para su comunión (y los regalos consiguientes) y los saltos de Lissi y míos, cogidas de la mano, contentas de estar juntas.
Luego, en la iglesia nos aburríamos y nos dedicábamos a hablar o a retorcernos los lazos de los vestidos, o a tocarnos el pelo en apasionadas sesiones de peluquería. Casi siempre la abuela se enfadaba y terrminaba sentándonos separadas. Entonces trataba yo de fijarme en las canciones (me gutaba una de paz porque estaba en hebreo) o a mirar una estatua de San Pere, con su fajo de llaves al cinto, o repetía las invariables palabras del cura.
Alguna vez incluso me dormí, recostada en mi hermano.
A la salida pasabamos por una pasteleria y comprábamos un brazo de gitano para el postre. Si habíamos sido buenos, teníamos un chupachup.
La última liturgia dominical era la del fútbol.
La más terrible de todas. Las mujeres se exiliaban en la cocina, trasteando con el estropicio de los abnegados esposos y exponiendo solapadas quejas. Iago se iba con algún amigo y a Lissi le encantaban los partidos (además era, como no, del Barça).

¿Y yo?

Yo daba vueltas por la casa, sin encontrar un sitio mientras me dedicaba a imaginar las posibles acepciones de la palabra "hipocresía".

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