Artículo de la web http://www.elreloj.com/
Confieso que sigo con particular atención el proceso preelectoral español. Tengo sobradas razones para ello, puesto que fue allí donde nací. Y a través de los años he mantenido una identidad con el país en donde vi mi primera luz. Por lo tanto hubiera podido ser uno de los tantos votantes de no haber mediado circunstancias ajenas a mi voluntad. De modo que por muy hispanófilo que pueda ser, no dejo de ser un extranjero. Y como bien se dice que uno no debe meterse en camisa de once varas, no me propongo expresar opiniones relativas a la política interna de tal o cual partido. Sobre todo ahora, cuando los dos principales candidatos han llegado a un punto en el que la discusión no es solamente agria, sino que ha llegado a tonos muy disonantes. Eso para calificar en forma muy moderada la animadversión, por no decir simplemente el odio que caracteriza la discordante relación entre ambos.
Así es que no voy a decir si prefiero al socialista Rodríguez Zapatero al centrista Mariano Rajoy, o a la inversa. Pero sí expresaré algo que me resulta claro y evidente: España no ha dado prueba de una sincera amistad para con mi país. Es más, no parece comprender la médula del conflicto árabe-israelí. Todo por el contrario, ha mantenido frecuentemente posturas totalmente opuestas a los más fundamentales intereses de Israel. Con tan solo decir que ha sido uno de los últimos países en reconocer oficialmente la existencia del Estado hebreo ya se ha dicho todo. De modo que en este punto, tanto los regímenes encabezados por la izquierda como por la derecha han considerado oportuno hacer caso omiso de un país con el que no le convenía hacer buenas migas… porque la sencilla razón que ello le podría arruinar las relaciones que por la fuerza estima que ha de tener con el mundo árabe.
La verdad es que los dirigentes políticos españoles han cometido, y en cierto modo, siguen cometiendo un lamentable error. El mundo árabe no es amigo de Madrid (ni de Barcelona tampoco). Considera con evidente nostalgia el hecho que fuera expulsado de la península. Para ellos la Reconquista española equivale a la Nakba (el desastre) que pretendidamente sufrieron en Tierra Santa. Es decir, sostienen que España, mejor dicho Al Andalus, les pertenecería. Claro que olvidan que en este último caso los habitantes naturales recuperaron la tierra perdida, mientras que en el anterior se trataba del regreso de un pueblo al terruño de sus antepasados, del que habían sido expulsados a punta de lanza. Y que algunos que otros beduinos lo habían ocupado y arruinado de modo tal, que el famoso novelista norteamericano Mark Twain dijo al visitar el país que “era una tierra dejada de la mano de D’os”.
Pero desde un primer momento la llegada del señor Rodríguez Zapatero a la Presidencia del Estado no auguró nada bueno para Israel. El dirigente socialista tuvo la poca acertada (!) idea de designar como Ministro de Exteriores a un amigo íntimo de uno de los más nefastos dirigentes que han tenido los palestinos: Yasser Arafat. El señor Moratinos jamás ocultó la estrecha relación con había mantenido con uno de los terroristas más sanguinarios de la historia reciente. Que en un momento dado se puso la piel de cordero para disimular su verdadera intención: liquidar al Estado de Israel.
No es ningún secreto que las esferas diplomáticas israelíes quedaron consternadas ante semejante nombramiento: bien conocían la ciega admiración del estadista español por el más acérrimo enemigo de Israel. Pero no solamente ellas: bien recuerdo que poco después del anuncio, uno de los más reputados y objetivos periodistas españoles, Luis Foix, escribió un artículo en La Vanguardia en la que afirmaba, con la diplomacia que le caracteriza, que Javier Solana hubiera sido una mejor elección para ese cargo. Y tenía sobradas razones. Parece ser que en general el desempeño del alto funcionario no ha sido ejemplar, por no decir menos. Hace poco un comentarista hispano, escribió que el titular de Exteriores español no solamente llegó con una hora de retraso a una importante reunión de cancilleres de la UE que debía deliberar sobre la cuestión de Kosovo, sino que criticó el propósito de España de votar contra la independencia ese país. “Moratinos, como siempre en su papel de Desatinos”, dijo el aludido, Javier Oviedo.
Que conste: con ello no quiero decir que todo el socialismo español sea anti-israelí: hay en sus filas personalidades que tienen un enfoque más atinado, y saben comprender los problemas de Israel y las nefastas intenciones de sus enemigos. Como ejemplo citaré a una destacada figura como la es la escritora y periodista Pilar Rahola, ex vicealcaldesa de Barcelona y actual comentarista de La Vanguardia, que no oculta sus tendencias políticas izquierdistas.
Desde luego que para contrarrestar la decepción de ese nombramiento, el régimen de Zapatero trató de endulzar la píldora con algunos torcidos pasos pro israelíes: un acto aquí y otro allá. Hasta que, a sorpresa de todos, el Presidente del Consejo de Ministros, el señor Rodríguez Zapatero nos apareció con una burlona sonrisa “engalanado” con una kefia palestina… Eso no era un error garrafal, sino un desatino descomunal. Así no se puede comportar el jefe del Gobierno de un país que si no amigo, presume por lo menos ser objetivo. Realmente, un insulto que nosotros, los israelíes, no le podemos olvidar.
Repito, no tenía el propósito de meterme en camisa de once varas. No me incumbe. Tan sólo recordar algunos pequeños detalles que tienen particular interés para quienes radicados en esta bendita tierra tanto estimamos a España. Espero que los españoles tengan la cordura de elegir a un Gobierno que les pueda conducir por buen camino. Lo deseo sinceramente, créanme.
Moshé Yanai
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