04 abril 2008

RELATO VII. Aquella tarde de Julio era sorprendentemente calurosa".


"Aquella tarde de Julio era sorprendentemente calurosa".

Escribió David apresuradamete.


Tenía viva en la cabeza la imagen del pequeño Samuel jugando en la arena de la playa. Recordaba su perfil rechoncho de bebé, la vitalidad con la que usaba el rastrillo para trazar caminos imposibles y como plantaba al final de los mismos hermosos flanes de arena que jamás tuvieron vocación de castillos.
Su madre le había puesto una camiseta blanca de algodón, par que no se quemara con el sol. El niño la miraba triunfante cada vez que plantaba un nuevo montón de arena en forma de cubo.
Como ella, era bello.
Como ella, era tenaz.
Jugaba en la arena...
David se recordaba a si mismo yendo hacia ellos.
¡Cuanto había crecido su pequeño!.Se había descubierto a sí mismo corriendo para achucharlo, para estrujarlo contra su pecho, reprochándose el estar siempre tan lejos, siempre tan ocupado.
La sensación de estarse perdiendo la infancia de su hijo y el deseo de no derramar lejos de él ni un minuto más de su tiempo se le clavaban en las carnes como sendas espuelas.

Llegó y lo cogió en brazos.

Fue entonces cuando Ada les hizo aquella foto, la que ahora miraba obesivamente, queriendo escribir algo después de aquella frase casi obligada del principio qe volvió a leer:
"Aquella tarde de Julio era sorprendentemente calurosa".
¿Cómo podía seguir?
¿Qué quería decir?
¿Que había sido un momento inolvidable? Más: Que habia sido el mejor instante de su vida.
El niño en sus brazos balbuceando un "Papá",la palabra más bella que jamás escuchara y Ada sonriendo detrás de la cámara.
¡Que pocas han sido tus sonrisas!¡Y qué espléndidas eran, mujer triste y distante!
Dejó de nuevo el bolígrafo, se fue a la cocina a por un whisky.

Samuel... Cuando le tenía en brazos no sólo le quemaba las entrañas el deseo de protegerle, sino que recuperaba la admiración hacia su padre. Evocaba los coscorrones cariñosos, los paseos en coscoletas, las largas conversaciones cuando oscurecía y el modo en que le enseñaba a ser honesto cuando jugara a las cartas... Sam...
Era un niño, era un nombre y, al mismo tiempo, era su mayor gozo y su mayor tormento: una encrucijada de sentimientos y recuerdos, de anhelos y de sueños...
Y era Ada: la mirada inteligente, la forma de pronunciar algunas palabras, el tesón, la gracia...
Calor,
julio,
playa,
niño,
arena,
Ada...
Caleidoscopio de contradicción y ambivalencias... Cielo e infierno superpuestos.

El licor en el vaso parecía veneno. Justo el veneno que en aquel momento habría necesitado.

Si hubiese tenido ojos su pistola le habría guiñado uno, con absoluta complicidad.

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