27 abril 2008


Relato de un judío converso en la España del siglo XVI:
Estoy viendo la luna y aún sigo oyendo los susurros de esta noche en la que apenas pude dormir ya que no dejo de pensar y pensar... Son esos susurros que me han invadido otra vez y que dejaré de oírlos tan pronto se haga ver el pastor del alba, dando paso así al amanecer del día catorce de Aviv (o Nisán)… Y yo, Don José Manuel de la Santa Trinidad Rojas y Mejía, espero que eso pase con tanta ansiedad porque, tan pronto se esconda hoy el sol, será la Pascua hebrea.
Sí, otra vez habrá llegado el día quince de Nisán del primer mes en el calendario que nos dio el Rey del Cielo. No me llamo así por casualidad ya que arrastro apellidos que le fueron impuestos a los cristianos nuevos; el Rojas, que es una inversión de las letras de SAJOR (negro, en hebreo) y Mejía que es una derivación de Mesías. Pero esto es un secreto muy oculto y muy privado pues, si se enteran, la desgracia caería sobre mí y sobre mi amada familia. Pertenezco a los llamados marranos por la santa iglesia y, como se me obliga, debo hacer todo lo posible por demostrar mi devoción cristiana.
De hecho, mi hermano Fray Pedro Apóstol Rojas y Mejía es sacristán. Él es quien más se ha sacrificado de todos, ya que no sólo debe vivir una vida de hipocresía y negación de su fe, sino que se ha condenado a sí mismo a ser un tronco sin gajos ni simiente par el honor de su iglesia. Hoy deberé concurrir a misa con todos los míos y allí veré a mi hermano cuando meta la hostia en nuestras bocas, sabiendo que lo hacemos empujados por las circunstancias, ya que en ello nos va la vida. Luego, Pedro vendrá a lomo de burro hasta la finca y juntos, en la ribera del río, golpearemos las aguas con varas de sauce recordando a nuestro patriarca Moisés en el desierto.
No sé bien por qué lo hago pero hay algo muy profundo dentro de mí que me lleva a realizarlo. Quizá será por el respeto que le tengo a mis mayores, pero no. No es eso. Es algo que surge en mi interior que me hace hacerlo más por mí que por ellos. Sí, lo hago por amor propio más que por compromiso.
Tengo una finca donde hago salado y curtido de cueros. Como es mucho el personal que requiero, soy habitual en los remates de esclavos. Allí mi servidor: el mulato Lucas, de quien nadie podría sospechar de tener origen marrano (de hecho no lo tiene), se acerca a revisar a los pobres desdichados y, cuando disimula inspeccionar sus bocas y sus oídos, les dice en voz baja el shemá Israel, (oye Israel) a lo que muchos responden atónitos y embargados por la emoción. Son esclavos que compro para mi hacienda y en especial, aquellos traídos de Portugal y Brasil. La mayoría responden positivamente a la contraseña.
Hoy, noche de Pascua, todos esos esclavos que trabajan conmigo, saben que serán liberados de compromiso alguno, pues después de relatar sobre nuestra esclavitud en Egipto, diremos: ¡Ahora somos libres!, aunque sé que, en realidad, no lo somos aún.. También compro grupos que los piratas venden sin pasar por mercado alguno. Son los sospechosos de "judaizantes" a los que llevan frente al Santo Tribunal de España y a los que los corsarios capturaron en alta mar.
Para poder afrontar estas compras me ayudan miembros de la familia Sacerdote (Cohen) y Viel (inversión de letras de Levi) quienes están en igual condición que yo.
Durante la semana, quemamos mucha harina en los hornos para que nadie sospeche que no comeremos pan. Mi esposa deslizó entre tantas horneadas unas pocas tablas de pan flaco que retiró sin ser vista y guardó celosamente en el sótano de la casa, a fin de tener matzá (pan ázimo) para la noche. Yo me ocupo personalmente de la carneada de corderos para lo cual elijo animales sin defecto alguno, tomo cuchillos sin mella y después de despostar, pongo la carne en agua y en sal sin olvidar salpicar con los cuchillos sangrantes las jambas de las puertas como hacían mis antepasados. ¡Cómo me gustaría acompañar todo esto con las bendiciones apropiadas, pero nunca las supe! Espero que mis ruegos sean oídos igualmente…
Ya se acerca la hora de la cena… Pedro busca en el doble fondo de la capilla un libro muy antiguo que yo no se leer, pero mi hermano sí y, a su vez, enseñó a mi hijo a hacerlo… Mando a Lucas al aljibe y con el pretexto de echar cal, baja con la hamaca hasta la segunda calzadura donde hay oculta una copa labrada, un chal de oración y pequeños solideos con la estrella de David. También un pedazo de pergamino que hallé en un viejo arcón familiar y, como creo que está escrito en hebreo, lo oculte hasta que me lo traduzcan.
Bajo al sótano… El olor fuerte de los cueros y el charqui me impregna la nariz y la tabla de salar está cubierta por un mantel de lino blanco; la copa refulgente está llena de vino y el pan de la pobreza, frente a la silla de cabecera. Todos tenemos miedos y angustias, mi hermano Pedro está transformado, le brillan los ojos que están llorando…
Mi hijo mayor con un solideo rojo, me mira con amor y temor. . ¡Ay hijo! Si pudiera protegerte del riesgo al que te estoy exponiendo pero sé que no puedo, con lo cual me asalta la culpa que se desvanece al oír palabras que no entiendo, pero con una melodía que despierta en mí recuerdos de experiencias que no viví. Mi hijo se levanta y canta unas pocas frases en lengua extraña para mí y mis invitados. Sin embargo, al oírlas, todos rompemos a llorar…
Mi hermano, hoy sin su crucifijo, parece librado de un yugo opresor, se levanta, me cubre con el viejo chal con franjas que ignoro a quien perteneció pero al envolverme en él, siento una calidez extraña en todo mi ser. D's Todopoderoso, ¿por qué no podemos sentir esto siempre? ¿Por qué debemos mentir diariamente sobre nuestra fe? ¿Cuántos de nosotros seguiremos tus caminos y cuántos se alejarán para siempre de tu senda?
¡Ojala pudiera ver un futuro poblado de hermanos que se manifiestan libremente como hebreos, hijos de tu pueblo elegido…!
Nos invade el silencio. Todos lloramos en esta Fiesta, que debería ser de alegría por la libertad lograda. Pido a mi hermano el sacristán que me traduzca el viejo pergamino. Lo despliega y con dificultad lee las letras que el tiempo borra. Pero su contenido resalta, y leyendo en altavoz dice: "Avadim ahinu be atá bnei jorim, baruj atah adonay eloheinu, sheejeianu be kimanu be higuianu la zman hazéh" (Esclavos fuimos y ahora somos libres, bendito seas que nos permitiste vivir para llegar y acercarnos a este momento) ...
Y eso es todo... hacer más, sería exponernos demasiado. Quiera D's que en un futuro no lejano, mis hijos y los hijos de ellos puedan celebrarla en libertad pero tan sentida como hoy sentimos aquí nuestra Pascua Marrana...
¿El año que viene en Yerushalayim y libres de verdad? Sólo Dios lo sabe…
Así ha dicho Adonay: si los cielos arriba se pueden medir, y explorarse abajo los fundamentos de la tierra, también yo desecharé toda la descendencia de Israel por todo lo que hicieron, DICE ADONAY. Jeremias 31:37

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